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La isla perdida de Walter Benjamin


Walter Benjamin fue uno de los pensadores más influyentes del siglo XX, conocido por su trabajo en filosofía, crítica literaria y teoría cultural. Fue un intelectual que se destacó por su enfoque interdisciplinario, combinando elementos de la estética, la historia y la sociología.

También es reconocido por su capacidad para conectar ideas de diferentes disciplinas y por su estilo único, combinando la crítica cultural con la reflexión filosófica. Su interés en el impacto de la tecnología en el arte y la cultura, así como su análisis de la experiencia moderna, lo han convertido en una figura clave en el estudio de la modernidad y el pensamiento crítico del siglo XX. Algunos de sus obras más destacadas, como «La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica» y «Tesis sobre la filosofía de la historia«, han dejado una huella profunda en el pensamiento contemporáneo.

Pequeña biografía.

Walter Benjamin nació en el Berlín del Imperio Alemán, en el seno de una acomodada familia de origen judío asquenazí. Su padre, Emil Benjamin, era banquero en París y posteriormente anticuarioen Berlín; donde se casó con Pauline Schönflies. Walter recuerda que los cuentos que le contaba su madre, le sirvieron como base para una de sus teorías: «el poder de la narración y de la palabra sobre el cuerpo»; también le hizo reflexionar sobre la relación que los cuentos establecían entre la tradicióny la actualidad.

En 1912, a la edad de veinte años, ingresó en la Universidad de Friburgo, pero al final del segundo semestre se matriculó en la Universidad de Berlín para continuar sus estudios de Filosofía. Allí conoció el sionismo, que sus padres, habiéndole ofrecido una educación liberal, no le habían inculcado. Benjamin no profesaba la religiosidad ortodoxa; ni tampoco abrazó el sionismo político.

Durante sus años en la universidad fue elegido presidente de la «Unión de Estudiantes libres», para la que redactó diversos escritos sobre la necesidad de una reforma educativa y cultural. En sus años universitarios tuvo el valor de impugnar el origen teórico del predominante formalismo y escribió sobre su preocupación por el lenguaje como pieza clave de la vida: «El hombre se comunica en el lenguaje, no por el lenguaje»; dos ideas discordantes con el consenso establecido en aquellos tiempos, por lo que sufrió en cierto modo una doble discriminación; como intelectual judío y de izquierdas.

En 1914, al estallido de la Primera Guerra Mundial, Benjaminquiso alistarse, pero no fue admitido por problemas de salud. Sin embargo, después de ser profundamente impresionado por el suicidio de dos amigos suyos que estuvieron combatiendo, acabó uniéndose a la corriente pacifista de la izquierda radical, que rechazaba la participación y la colaboración con la que tildaban de «carnicería humana interimperialista».

En aquel año comenzó la traducción de las obras de Charles Baudelaire al alemán. Un año más tarde, en 1915, se matriculó en la Universidad de Múnich, donde conoció al poeta y novelista Rainer Maria Rilke, y al filólogo e historiador Gershom Scholem. En 1917, se matriculó en la Universidad de Bern, allí conoció al filósofo Ernst Bloch y a Dora Sophie Pollack, escritora y traductora, con la que más tarde se casó y tuvieron un hijo. Un poco más tarde, tuvo el proyecto de fundar una revista, pero fracasó. En este periodo también escribió un texto en el que analizaba el concepto de «mito», e inició una relación con la directora de teatro Asja Lācis.

Quiso entrar como profesor en la universidad, pero simplemente lo rechazaron por ser judío. Escribió El origen del drama barroco alemán, donde trabajó el concepto de «alegoría»; con el que dejó en evidencia la concepción mesiánica de la vida.

En esta etapa abrazó el materialismo y apartó todo lo demás, y aquí afirmó su posición ante las tendencias del momento: jamás militó ni en el sionismo ni en el comunismo ni en el fascismo. Para él, la salvación de la humanidad estaba ligada a la salvación de la naturaleza. Quedó fascinado con las obras de Marcel Proust y Charles Baudelaire, observadores natos de la vida. En 1926 murió su padre y entonces partió a Moscú, donde escribió un diario y confirmó su teoría sobre las tendencias políticas, lo cual provocó que se aislara por completo. En el 29 rompió su relación con Asja y un año después murió su madre. Además, se vio obligado a hipotecar su herencia para pagar las exigencias de su mujer. Fue una etapa difícil para Walter Benjamin, pero su romanticismo siempre le hizo creer que era el inicio de una nueva vida.

Benjamin criticó sin piedad a Hitler y a la teoría fascista, así como a la “hipocresía de la democracia burguesa” y al capital financiero e industrial alemán que apoyó al nazismo. Intentó conciliar el marxismo con su herencia cultural judía y con las tendencias artísticas vanguardistas. Su obra se centró en el pensamiento crítico, la crítica de la modernidad y la cultura de masas. Su vida estuvo marcada por la búsqueda de la verdad y la comprensión del mundo moderno, lo que lo llevó a explorar diversas corrientes de pensamiento. Dos Guerras Mundiales y el ascenso del fascismo moldearon su perspectiva sobre la sociedad y la cultura.

Sin embargo, su vida personal también estuvo marcada por la inestabilidad y la búsqueda de un refugio en medio del caos, probablemente influenciado por los tumultuosos eventos de su tiempo. Por esa razón y el hecho de que la situación política en su país natal de Alemania se volvía cada vez más peligrosa para judíos e intelectuales de izquierda, en 1932 se trasladó a Ibiza, que en aquel entonces era un lugar lejos de la modernidad y la cultura de masas, anclado en el pasado, lo que ofrecía a Benjamin un ideal respiro y espacio para la reflexión.

En aquel momento, tuvo al necesidad de huir de las grandes metrópolis europeas para encontrar la tranquilidad en un lugar dominado por la tradición y las viejas costumbres, sin un atisbo de modernidad. En sus propias palabras: “La isla se encuentra al margen de los movimientos del mundo, incluso de la civilización”

La vida en Ibiza fue un periodo de intensa producción intelectual para Benjamin. A pesar de las dificultades que enfrentaba, encontró en la isla un lugar propicio para la creación. En este contexto, Benjamin comenzó a desarrollar algunas de sus ideas más importantes, que más tarde se plasmarían en su obra más reconocida: «La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica”.

La llegada a Ibiza

Walter Benjamin, no tenía una clara noción de lo que le esperaba cuando decidió emprender su primer viaje a Ibiza en 1932. En Alemania, se vivían los últimos momentos de la República de Weimar, un estado democrático que sería derrocado por la hiperinflación y por el nazismo del Tercer Reich poco después. En España, apenas un año antes, se había establecido la Segunda República. Benjamin abandonó una vida relativamente cómoda en grandes ciudades europeas como Berlín, para explorar un destino remoto y prácticamente desconocido. La pequeña isla del Mediterráneo se encontraba en la antesala del desarrollo turístico, un lugar donde la modernidad aún no había hecho su aparición, ni nada que se le pareciera.

Benjamin residió en Ibiza en dos intervalos: de abril a julio de 1932 y de abril a septiembre de 1933. Durante esas estancias, el filósofo alemán atravesó diversas crisis personales y desarrolló un vínculo especial con la isla.

Ibiza era en aquel entonces un lugar arcaico, que representaba para una clase de artistas y escritores urbanos la esencia perdida de una Europa que la industrialización había hecho desaparecer de muchos lugares. Además, era un lugar muy barato para los extranjeros y para Benjamin supuso poder vivir de sus colaboraciones en prensa, radio y de algún proyecto literario, aunque sin ningún tipo de lujo ni “comodidades burguesas”, como él mismo describió en sus escritos y cartas.

Por bonita que sea la isla [Mallorca], lo que pude ver allí no hizo sino reforzar mi apego a Ibiza, que posee un paisaje incomparablemente más reservado y misterioso. Las imágenes más bellas de este paisaje quedan remarcadas por las ventanas sin cristal de mi habitación.

-Walter Benjamin, en una carta a Jula Radt-Cohn (1933).

Según lo describe el escritor ibicenco Vicente Valero, en su libro Experiencia y pobreza. Walter Benjamin en Ibiza:

“Según parece, los viajeros que visitaban la isla de Ibiza a principios de los años treinta compartían la rara sensación de estar descubriendo un mundo verdaderamente insólito. Aquella experiencia inesperada se debía sobre todo a la belleza intacta de sus paisajes, al aspecto primitivo de sus viviendas rurales y a las costumbres de sus pobladores. Viajar a Ibiza era entonces como viajar en el tiempo. Por diversas circunstancias, no solamente geográficas sino también históricas, Ibiza había preservado su carácter antiguo, la herencia recibida de diferentes civilizaciones, la soledad ensimismada de una comunidad que continuaba siendo fiel a sus tradiciones y en la que no había conseguido entrar ni uno solo de los habituales signos del progreso. Una extraña pero sólida fidelidad a los orígenes sorprendía, pues, a aquellos viajeros que, por aquel tiempo, decidieron viajar a la isla y empezaron a ponerla de moda.”

Benjamin llegó a Ibiza en barco el 19 de abril de 1932. Fue recomendado por su amigo Felix Noeggerath, filólogo y traductor, que había descrito la isla como un lugar de “tranquilidad absoluta” y con unos precios “increíblemente bajos”. A su llegada, el escritor berlinés se dió cuenta de que había llegado a un lugar donde “parecía que el tiempo se había parado”.

A partir de mayo, estuvo alojado en una casa antigua, pegada a la costa, situada en la bahía de Sant Antoni, junto a un viejo molino que le da el nombre al lugar: Sa Punta des Molí. Esta casa lindaba junto a una más grande en la que vivía el propietario con su familia. Según describió Walter Benjamin: “Lo más bello que hay en ella es la vista, que permite contemplar el mar desde la ventana y una isla de rocas cuyo faro me ilumina por la noche”.

Walter Benjamin dedicaba la mayor parte de sus días a la lectura y la escritura. Vivía sin agua corriente ni luz eléctrica, disfrutaba de los baños en el mar a primera hora del día y de los largos paseos que hacía. El escritor alemán describió esos paisajes como “los más vírgenes que he visto en tierras habitables”.

Ibiza era, en comparación con sus vecinas Mallorca y Menorca, la isla más pobre del archipiélago balear; un factor económico que se convirtió en un atractivo para los extranjeros, que podían vivir de su arte sin lujos pero con cierta solvencia. Por ejemplo, según Benjamin, la estancia le costaba entre 60 y 70 marcos alemanes al mes.

“Se entiende de suyo, por todo ello, que la isla se encuentra al margen de los movimientos del mundo, incluso de la civilización, y que sea preciso también renunciar a todo tipo de comodidades.”

-Carta de Benjamin a Gershom Scholem (1932).

Benjamin vivía en el pueblo Sant Antoni, uno de los núcleos de población de la isla en aquel entonces. Todos los pueblos de la isla constaban de una iglesia, alrededor de la cual había un par de negocios y unas pocas casas. A diferencia de Mallorca y Menorca, el resto de la población de Ibiza vivía de forma dispersa en el territorio isleño, en las características fincas ibicencas, con un modo de vida basado en la tradición y la economía de subsistencia. Los campesinos realizaban tareas agrícolas y ganaderas, elaboraban su propio pan y vino, cortaban leña, hacían carbón e incluso cazaban, entre otras actividades; era prácticamente un estilo de vida autárquico. Empezó a aparecer una incipiente clase burguesa, ligada a las navieras y a otras actividades industriales, pero reducido y prácticamente sólo en el puerto de Eivissa y en la ciudadela de Dalt Vila.

Cómo era la Ibiza en la que vivía.

Entre los años veinte y treinta, convivieron en la isla, por primera vez, dos mundos antagónicos entre sí: el más antiguo y el más moderno. Fueron artistas e intelectuales como Benjamin quienes ayudaron a configurar este «mito cultural» sobre Ibiza, basado en la posibilidad de vivir “una vida diferente”, en contacto con la naturaleza y con una libertad que permitía desarrollar la creatividad artística.

Pero, ¿Cómo fue la convivencia entre los intelectuales y artistas foráneos y los locales? De nuevo, Vicente Valero lo describe en su libro:

«Entre 1932 y 1936, la isla fue visitada por un buen número de jóvenes que aspiraban a ser artistas consagrados y profesaban nobles ideales antiburgueses. Escritores como Albert Camus, Jacques Prèvert, Pierre Drieu La Rochelle, Rafael Alberti, María Teresa León, Josep Palau i Fabre y Elliot Paul, entre muchos otros, dejaron constancia de ello en artículos, libros y poemas. Fue también así como la vivienda tradicional ibicenca se convirtió en símbolo de ambas actitudes: era por su ubicación, un espacio propicio para la creación artística y era también, por sus condiciones, por su estructura y tipología arcaica, un espacio propicio llevar una vida alejada de cualquier convencionalismo burgués.»

Es bien conocido que, tanto en los años treinta como en oleada posterior de los años sesenta y setenta, llegaron a la isla un grupo de personas que por su estilo de vida eran prácticamente antagónicos a la población ibicenca. Por un lado, se encontraban artistas e intelectuales con fuertes tintes contraculturales y progresistas, y, por el otro, una población local anclada en la tradición y profundamente religiosa. Sin embargo, en vez de un conflicto originado por sus fuertes diferencias y estilos de vida, había tolerancia y una convivencia pacífica.

Vicente Valero también describe así en su libro el origen del «mito de Ibiza» que todavía puede rastrearse hoy en la isla:

«El mito internacional de Ibiza, que tuvo principalmente en el movimiento hippie de los años sesenta a su máximo impulsor y difusor, fue creado en los años treinta por intelectuales y artistas que hicieron de la isla un espacio alternativo, tal vez un poco por casualidad, pero un espacio en el que era posible escribir o pintar libremente, bañarse desnudo, tomar hachís y, sobre todo, sentirse intérprete de la naturaleza, en una especie de Arcadia perdida y felizmente encontrada.«

Antes de las grandes transformaciones que trajo la construcción ligada al desarrollo turístico, la isla destacaba por el aspecto primitivo de sus casas rurales –cuya arquitectura era muy atractiva para los miembros de la Escuela de la Bauhaus y el grupo GATEPAC– y el modo de vida ancestral de sus habitantes.

El filósofo alemán estaba fascinado por esa isla virgen, impregnada de un mundo arcaico que estaba a punto de transformarse para siempre. Para él, la casa de campo ibicenca definía con exactitud las diferencias entre los modos preindustriales de construcción y la arquitectura de su tiempo. Se encuentra con un ambiente cultural e intelectual surgido en torno a esas casas tradicionales; como el paisaje mismo de Ibiza era en aquel entonces, prácticamente intacto.

Las casas payesas eran un elemento arquitectónico que conectaba a la antigua Ibosim, cuando la isla estuvo colonizada por los fenicios, unos tres mil años antes. Benjamin solía criticar la arquitectura moderna por su funcionalismo y su desconexión con la experiencia humana. Para el filósofo alemán la arquitectura moderna transformaba el espacio vital “deshumanizándolo”, lo que implicaba también la pérdida del “aura”; lo que, para Benjamin significaba belleza, singularidad y tradición.

Sin embargo, la amenaza del progreso estaba presente en lo que era apenas un anticipo de aquello en lo que se convertiría Sant Antoni con el paso de las décadas. Durante sus tres primeros meses, Benjamin vivió con intensidad la experiencia de aquel mundo antiguo en proceso de disolución.

En la primera de sus cartas que escribe a su amigo Gershom Scholem, a pocos días de su llegada, en abril de 1932:

«Queda decir finalmente que existe una serenidad, una belleza en los hombres —no solo en los niños— y, además de eso, una casi total libertad de los extraños que debe conservarse mediante la parquedad de informaciones sobre la isla… Desgraciadamente, todas esas cosas pueden quedar amenazadas por un hotel que se está construyendo en el puerto de Ibiza.«

Durante su segunda estancia, en una nueva carta a Scholem, en junio de 1933, escribe:

«Ahora aprovecho cualquier oportunidad de dar la espalda a San Antonio. Si te fijas bien, en su entorno, golpeado por todos los horrores de la actividad de sus habitantes y especuladores, no existe ya ni un rincón apartado ni un minuto de tranquilidad

Mientras las cartas y los escritos de 1932 Benjamin destaca, la impresión positiva, generada por la belleza del paisaje y las posibilidades que ofrecía; en las cartas de 1933, en cambio, predomina un tono de agotamiento e incertidumbre, producido por las dificultades personales que supone ser un exiliado en condiciones de pobreza y una isla que poco a poco encarece sus costos debido al aumento de la presencia de turistas y extranjeros.


En aquellos años, en Sant Antoni había únicamente dos pensiones, a las que se sumarían tres más en 1933. Las obras del primero, el Hotel Portmany, empezaron en octubre de 1931, que terminaron dos años después. 1933 fue un año clave para la industria turística ibicenca, ya que al mismo tiempo se inauguraron otros establecimientos emblemáticos en la isla: el Hotel Buenavista, el Gran Hotel y el Hotel Isla Blanca.

La segunda etapa de Benjamin en la isla fue menos feliz que la primera. Vuelve en abril de 1933 forzado por el clima totalitario que se vive en Alemania. El escritor era simpatizante marxista y de origen judío, así que fue considerado un doble enemigo para el nazismo. A partir de septiembre ese mismo año su salud empeora. Benjamin padecía infecciones, fiebre y debilidad generalizada; no fue hasta un tiempo después que supo que era debido a la malaria que había contraído.

En septiembre de 1933, escribe lo siguiente en una carta a su amigo Gershom Scholem:

“El hecho de que apenas pueda mantenerme en pie, la imposibilidad de hablar el idioma de aquí y la necesidad adicional de tener que trabajar todo lo que pueda me conducen a veces, en condiciones de vida tan primitivas, a los límites de lo soportable.”

El 26 de septiembre tuvo que abandonar definitivamente la isla, destino Barcelona, rumbo a París.

Benjamin murió, exactamente un 26 de septiembre, siete años después. El escritor necesitaba salir de Francia para viajar hacia Estados Unidos. Un año antes empezó la Segunda Guerra Mundial, por lo que estuvo ingresado en un campo de concentración en Francia, por ser alemán no nacionalizado. Después estuvo internado en un centro francés de trabajadores voluntarios, pero consiguió salir de allí con la ayuda de amigos franceses influyentes. Con rumbo a EEUU, tenía que entrar primero en España.

Guiado por la escritora y activista Lisa Fittko, quien ayudó a muchas personas a escapar de la Francia ocupada por los nazis y acompañado también de la fotógrafa Henny Gurland y su hijo, Benjamin llega a Portbou el 25 de septiembre de 1940. Sin embargo, a su llegada, Benjamin fue interceptado por la policía franquista porque carecía de una visa requerida. Su amigo Adorno le había ayudado a obtener visas de tránsito en España y de entrada a EEUU, pero simplemente no disponía del permiso francés para salir del país. Sus acompañantes sí lograron pasar para continuar su trayecto.

Benjamin sabía que si volvía a Francia iba a ser atrapado por la Gestapo, que le estaba buscando. Viajaba siempre con una dosis de pastillas de morfina para situaciones desesperadas como la que le tocó vivir. Según escribió el 26 de septiembre de 1940:

“En una situación sin salida, no tengo otra elección que la de terminar. Estoy en un pequeño pueblo situado en los Pirineos, en el que nadie me conoce, donde mi vida va a acabarse. Le ruego que transmita mis pensamientos a mi amigo Adorno, y que le explique la situación a la cual me he visto conducido. No dispongo de tiempo suficiente para escribir todas las cartas que habría deseado escribir.”

Fueron tal vez las últimas palabras que Walter Benjamin, uno de los pensadores más brillantes e influyentes del siglo XX.

TESIS IX / “Tesis sobre el concepto de historia”, Walter Benjamin en 1940 (su última obra):

“Hay un cuadro de Klee que se llama Angelus Novus. En él vemos a un ángel que parece estar alejándose de algo mientras lo mira con fijeza. Tiene los ojos desorbitados, la boca abierta y las alas desplegadas. Ése es el aspecto que debe mostrar necesariamente el ángel de la historia. Su rostro está vuelto hacia el pasado. Donde se nos presenta una cadena de acontecimientos, él no ve sino una sola y única catástrofe, que no deja de amontonar ruinas sobre ruinas y las arroja a sus pies. Querría demorarse, despertar a los muertos y reparar lo destruido. Pero desde el Paraíso sopla una tempestad que se ha aferrado a sus alas, tan fuerte que ya no puede cerrarlas. La tempestad lo empuja irresistiblemente hacia el futuro, al cual da la espalda, mientras que frente a él las ruinas se acumulan hasta el cielo. Esa tempestad es lo que llamamos progreso.”

«La obra de arte en la época de su reproductibilidad mecánica» (su obra más conocida):

Lo extraordinario del libro más conocido de Walter Benjamin es que sigue estando a la orden del día y ha demostrado estar sobre la pista de los acontecimientos muchos antes de que la reproductibilidad se desarrollara en su forma total, como experimentamos hoy en día. Por lo tanto, no debería sorprender a nadie que siga siendo un material didáctico de referencia en institutos y universidades, más allá de las carreras de arte, filosofía o sociología.

Un par de ideas clave que aparecen en esta obra:

Según Benjamin, el arte estaría dejando de ser principalmente aurático, es decir predominantemente con un valor de culto, para convertirse en un arte profano, en el cual es más importante la experiencia del observador y la exhibición pública de la obra que restringir esa obra a especialistas, reyes, papas y burgueses. La industrialización de las imágenes permitió que el arte fuera más accesible, menos privado, más profano y menos sagrado.

El escritor berlinés comenta que el arte post-aurático es un arte en el que lo político vence a lo mágico/religioso. La obra tiende a dejar de ser un objeto sagrado y exclusivo, y empieza a ser un objeto universalmente accesible. La obra de arte en la época de la reproductibilidad técnica implica un desplazamiento de la imagen desde su valor de culto, hacia un valor de exhibición. Antes de la revolución industrial la obra pertenecía a un gozo restringido, reservado al culto, a los sacerdotes, nobles y especialistas. En el capitalismo la obra de arte tiene un gozo más abierto, todos están invitados a este placer y experiencia estética, como muestra este pequeño esquema:

Benjamin pensó que el arte de las vanguardias y la técnica de reproducción de imágenes jugaría a favor del despertar político de las masas en un mundo en el que triunfaría la revolución social. Apuntaba a esta tendencia le hecho de que muchas obras de arte de la época claramente tenían “ingredientes políticos”, mensajes de izquierda y demandas en contra de la guerra y del fascismo. Ciertamente, las obras de arte tienen el poder de hablar en “otro idioma”; uno que a través de la obra deja al descubierto injusticias o críticas sociales y políticas.

La posibilidad de reproducir las imágenes, las obras, los objetos, habla directamente de la industrialización y el capitalismo. Dice Walter Benjamin que es un fenómeno que acompaña el surgimiento de las masas:

“(…) acercarse a las cosas es una demanda tan apasionada de las masas contemporáneas como la que está en su tendencia a ir por encima de la unicidad de cada suceso mediante la recepción de la reproducción del mismo. Día a día se hace vigente, de manera cada vez más irresistible, la necesidad de apoderarse del objeto en su más próxima cercanía, pero en imagen, y más aún en copia, en reproducción.” (P. 48). 

La imagen, permite acercar lo que está lejos, lo que no se tiene, incluso lo que ha muerto. El cine es visto como un instrumento de influencia masiva en el libro de Benjamin, quien ve en este arte la posibilidad de actuar como vacuna psíquica:

“(…) cuando uno se da cuenta de las peligrosas tensiones que la tecnificación y sus secuelas han generado en las grandes masas (…) se llega al reconocimiento de que esta misma tecnificación ha creado la posibilidad de una vacuna psíquica contra tales psicosis masivas mediante determinadas películas en las que el desarrollo forzado de fantasías sádicas o alucinaciones masoquistas es capaz de impedir su natural maduración peligrosa entre las masas” (Pag. 87).

En conclusión, Walter Benjamin fue una persona fascinante cuya vida y obra siguen cautivando a personas de todo el mundo. A través de sus perspectivas únicas y sus ideas innovadoras, hizo importantes contribuciones a los campos de la filosofía, la sociología y la crítica literaria. Sus ideas sobre la intersección de la historia, la memoria y la producción cultural han tenido un profundo impacto en campos como los estudios culturales, la teoría de los medios de comunicación y los estudios urbanos.

Desde sus primeros años como estudiante en Berlín hasta su exilio en París y trágico final, la vida de Benjamin estuvo marcada por la curiosidad intelectual y una profunda pasión por el conocimiento. Su compromiso crítico con la modernidad y el capitalismo desafió la sabiduría convencional y ofreció formas alternativas de pensar sobre la sociedad.

El legado de Walter Benjamin perdura a través de sus escritos y sus influyentes ideas, y su obra nos recuerda el poder del pensamiento crítico y la importancia de desafiar las normas establecidas. Su perdurable influencia y destreza intelectual hacen de él una figura digna de exploración y estudio.

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